Las historias que compartimos
“Su cerebro no responde”; fueron las palabras con las que me desperté aquel sábado de marzo, hace 6 años. Y la vida se me paralizó.
Fueron tres días eternos que se sintieron como meses. Tres días donde todos esperábamos que ella abriera sus ojos, que nos diera alguna señal; que regresara.
Y aunque su corazón latía con fuerza y eso daba esperanza a muchos, alguien me dijo “tienes que estar preparada”.
¿Preparada? ¿Para qué?, ella tiene sólo 21 años, tiene que vivir, somos muy jóvenes; es mi mejor amiga.
El 15 de marzo de 2016 a varias personas se nos fue una hermana. ¡Qué dolor!, se te va el alma, duelen los huesos, hace falta la respiración, realmente duele el corazón.
En mi camino de dolor tuve que enfrentarme a la idea de que nunca más la volvería a ver, nunca más la volvería a abrazar, ni a escuchar su voz, ni a compartir risas. Y esa es la parte del proceso que más desgasta el alma, porque aceptar todo eso significaba aprender a dejarla ir.
La China se fue, y todos los que la amamos nos quedamos rotos. Se fue y con ella se llevó una parte de mí, un pedacito de mi corazón. Uno nunca vuelve a ser el mismo.
Y ahora sé que el dolor nunca se va, es mentira ese dicho que dice que el tiempo lo cura todo. No deja de doler, pero se aprende a vivir con eso; a vivir sin ella.
Y aunque se fue del mundo físico, siempre hace presencia. Aprendí a verla de otras formas. La veo en los ojos de nuestras amigas, y en la sonrisa de su familia. Escucho su voz en mi cabeza y a veces imagino que reímos juntas todavía. Aparece en mis sueños solo para abrazarme como lo hacía en vida. Ella sigue aquí.
Su partida me enseñó a disfrutar más la vida, a valorar y querer más a mis amigos y a mi familia. Me hizo más fuerte, más valiente.
Y aunque sus ojos se cerraron para siempre, su corazón sigue latiendo en algún lugar cerca de aquí. La China se fue repartiendo vida a varias personas. Hasta eso le salió bien, pues se fue de la única manera en que sería posible darle una segunda oportunidad de vida a alguien más.
La China se fue, y sin embargo sigue aquí. Todos seguimos hablando de ella y la recordamos así como era: ocurrente, feliz, fuerte. Siempre sonriendo.
Sé que siempre me acompaña, puedo sentirla.
Los recuerdos que me dejó me llenan de amor. Hoy no pienso en ella con dolor, sino con paz y alegría, que es lo que ella me daba.
Fuimos muy felices juntas.
La extraño todos los días, pero sé que algún día nos volveremos a encontrar.
Hasta siempre mi China.