17,581 días y 7 horas de haber visto tu cara por primera vez y 365 días y 7 horas de verte cerrar tus ojos para siempre.
Los días sin ti, han sido la experiencia más retadora de mi vida. Nunca pensé que podría existir un dolor así, pero a la vez una paz, así.
Mamá, lo que más te agradezco es haberme enseñado a ser responsable y empática.
A admirar, a querer ser como tú, cuando todos los días aparecías impecable y convertida en una muñeca. A sentirme como pavo real cuando por las calles, la gente no dejaba de verte; cuando tus amigos y los míos siempre me decían: ¡qué bonita es tu mamá!
A ser una anfitriona fuera de serie, a querer siempre estar mejor y que tus hijos lográramos cosas que tu no tuviste oportunidad. La selección del Miraflores, el Ballet Folklórico y mis clases de órgano. Siempre dispuesta a apoyarme a cumplir sueños no importando el tiempo que para ti implicara.
A cuidarme 24/7 cuando estaba enferma y explorar todas las posibilidades más allá de la medicina para obtener mi salud.
A ser una compañera de vida, como nadie.
A respetar mis decisiones, aunque no estuvieras de acuerdo, en silencio.
A ser un ejemplo en tu familia, ganarte el respeto con acciones y en silencio. Sin controversia, ni discusiones. Tu decisión fue siempre dar pasos hacia atrás y ver la película completa. Respondías y no reaccionabas… ¡Admirable!
Mi vida contigo no la cambio por nada. Fuiste un pilar de acero, irrompible, cuando me acerqué a ti, y te dije no tenía la posibilidad de ser mamá. Ese momento, pienso que será de lo último que yo recuerde en mi camino por esta vida. Tus palabras fueron como un imán que trasladó tu acero a mi cuerpo, y comencé mi proceso de aceptación para vivir feliz.
Pero, sobre todo me enseñaste a confiar; tomarme de la mano, para emprender cualquier opción que pudiera funcionar para tu enfermedad; sin cuestionar, sin quejarte, y siempre agradeciendo y enfrentando como una guerrera, nuevas opciones.
Platicamos como nunca, cuando estuviste en mi casa convaleciente. A partir de ese momento, tenía claro que ya no te quedaba mucho tiempo, pero también obtuve una sensación de paz indescriptible. Esos días, fueron mágicos mamá.
Hoy, tengo claridad de muchas cosas. El viaje que emprendiste tuvo una razón y un por qué; lo acepto y lo entiendo. Pero lo que nunca voy a dejar de extrañar es verte y escuchar tu voz, leer tus mensajes diarios ocupándote de estar presente siempre.
Mamá, me pediste NADA y me diste TODO.
¡Te Amo!